Nuestro cerebro interpreta de forma automática todo lo que nos rodea. Normalmente, suele ser de manera positiva, pero en muchas ocasiones se activa automáticamente una serie de pensamientos negativos. Estos juicios van dirigidos a nosotros mismos y a veces llegan a interferir en nuestra vida en gran medida.
Se convierten en nuestro “Depredador Interno”. Me refiero con esto, a esas frases automáticas que nos dicen: “tú no puedes hacerlo”, “no eres capaz”, “siempre sale mal”, “para qué intentarlo si no va a salir bien”, etc.
He tenido el placer de recibir en mis manos un cuento de Rosi Rodríguez Perales (mi madre), que bien refleja el “Depredador Interno” que todos llevamos dentro. Agradezco de todo corazón que quiera compartirlo con todos nosotros.
LA ÚLTIMA ESCULTURA DEL MUCHACHO
El Muchacho subió por el sendero de tierra cobriza que le llevaba a su estudio situado en lo alto de la pequeña colina.
Desde allí la vista era espectacular, desde el gran ventanal podía observar el hermoso lago que, según el día, mostraba un color distinto.
Cogió entre sus manos la última escultura que estaba realizando. Era el busto de una mujer. Una mujer muy hermosa, con facciones casi perfectas: su pelo recogido en un moño, su nariz recta y alargada, sus pómulos realzados, sus labios turgentes disimulando una pícara sonrisa y su mirada…su mirada tan real que parecía que en cualquier momento iba a cobrar vida.
Después de observarla durante unos minutos, se dispuso a darle los últimos retoques.
Una cancioncilla muy pegadiza que había oído en la radio un rato antes, seguía sonando en su cabeza y le mantenía alegre y animado hasta que:
-¡Basta! ¡Basta ya! ¡Deja de perder el tiempo en estas tonterías! ¿No ves que eso es lo que haces, perder el tiempo?
¡Maldita sea! Aquella VOZ. Allí estaba de nuevo, no le dejaba en paz. Siempre le acompañaba, sobre todo dentro de su estudio. No paraba de repetirle que aquello que hacía no tenía sentido, que era absurdo, que nunca nadie lo vería ni llegaría a ningún sitio.
El Muchacho intentaba sacarla de su cabeza, pero le era imposible. LA VOZ era superior.
Sabía que no era un genio, que nunca sería un escultor insigne, que nunca conseguiría exponer sus esculturas, pero no necesitaba que aquella VOZ estuviese ahí, recordándoselo cada día, a cada momento.
-¡Eres absurdo! ¿Acaso te crees un Miguel Ángel o un Rodin? ¡Qué equivocado que estás! ¡Si eso tan sólo es un “bulto” de barro! ¡Eres patético, mírate! Ahí estás, con tus manos sucias y haciéndote absurdas ilusiones. ¡Nunca vas a conseguir que alguien lo vea, que valore las cosas que haces, NUNCA!
-¡Para! ¡Para, por favor! ¡No puedo más!- el Muchacho cansado de escuchar a LA VOZ que habitaba en su mente, se fue agachando lentamente envuelto en un intenso dolor; sujetando con las dos manos su cabeza pues parecía que iba a estallarle de un momento a otro. Quedó hecho un ovillo en el suelo.
Y lloró. Lloró desconsoladamente.
Lo peor de todo es que tenía que reconocer que LA VOZ estaba en lo cierto. Por eso había decidido que aquella sería la ÚLTIMA, que ya no habría más, que ya…”no perdería más el tiempo”.
No sabría decir cuánto tiempo permaneció en aquella postura ni cuántas lágrimas fue capaz de derramar, pero de pronto se incorporó, cogió con sumo cuidado el busto al fin acabado y lo colocó al lado de las demás esculturas.
Allí, en la estantería que había justo debajo del ventanal. La giró para que quedara mirando hacia el lago y, por un momento, quedó maravillado con la escena.
Recorrió su mirada húmeda por la estancia, dedicó unos segundos a observar el lago que ese día brillaba con mayor intensidad e irradiaba un tono turquesa visto solo en los libros de fantasía y seguidamente salió del estudio.
Con las manos en los bolsillos y la cabeza baja, descendió por el sendero que zigzagueaba por la falda de la pequeña colina.
El Muchacho no volvió la vista atrás ni una sola vez. De haberlo hecho, habría visto cómo en su última escultura se percibían rasgos de una tristeza que él, sin duda, había evitado plasmar.
Rosi Rodríguez Perales.
Jimena a 13 de febrero de 2015.
Este cuento nace de una dinámica en el Taller de Cuento “Mujeres que hilan historias” de Jimena de la Frontera.
¿Y tú, te sientes identificado?
Precioso relato, tanto es así que me ha emocionado, porque esa «VOZ» la oímos todos, y nunca es demasiado tarde para no rendirse ante el pesimismo y seguir adelante.
Enhorabuena por otro buen artículo, y enhorabuena a la autora «Rosi Rodriguez» porque es magnífico
Muchas gracias por seguirnos y comentar. Espero que esta historia también te sirva para cambiar y no escuchar las voces negativas.
Un saludo.
Todo hemos sufrido alguna vez, alguna de esas voces. Hay que luchar para deshacernos de ellas. Enhorabuena por el cuento!
Un saludo
Muchas gracias por tu comentario Carmen. Es muy cierto que tenemos que deshacernos de esas voces.
Un saludo.