Todos los niños, en algún momento de su infancia, viven una situación de emergencia cotidiana.
¿Qué es eso?
Pues por ejemplo, la muerte de un familiar cercano, un abuelo o abuela, un tío, un primo o incluso algún progenitor. Una separación o un conflicto grave familiar también puede ser una situación de emergencia cotidiana, puesto que los niños pueden preguntarse ¿Qué ha pasado?, ¿Qué va a pasar conmigo ahora? y surge ese estado de ansiedad, irritabilidad, preocupación… Pero en este artículo me voy a centrar en el caso de la muerte.
También debemos separar la situación de emergencia cotidiana de la situación de emergencia masiva. La emergencia masiva, abarca más allá del entorno familiar y se refiere a catástrofes, accidentes, desastres naturales, etc. que incluyen a más personas.
Este artículo va enfocado a la situación de emergencia cotidiana, que es más probable que ocurra y concretamente de la muerte, que es algo más normal o natural.
En primer lugar hay que diferenciar los grupos de edades, los niños no tienen la misma reacción, la misma actitud, ni la misma comprensión con tres, seis, nueve o doce años.
Aunque las pautas a seguir sean las mismas, hay que adaptarla a cada edad.
Los pasos a seguir son 5 y siguen un orden concreto:
1. Contener.
2. Calmar.
3. Informar.
4. Normalizar.
5. Consolar.
Expliquemos en qué consiste cada uno.
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Contener:
en primer lugar, hay que dar seguridad al niño, crear un ambiente tranquilo, que se sienta confortado, buscando un equilibrio entre lo emocional y lo racional. Hay que darles cariño pero sin sobreprotección, en el caso de los preadolescente, darles cariño se hace más difícil por lo que se les da un espacio y tiempo para pensar y desconectar. A lo más pequeños, también hay que darles su espacio para que lloren y griten, pero siempre que sea de manera controlada. En el caso de los bebés, si se agarran muy fuerte a nosotros, hay que soltarles un poco, debemos controlar que no se enganchen. Procurar que coman y duerman. Y ayudarles a poner nombre a las emociones que están sintiendo y vincularlos con un pensamiento.
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Calmar:
debemos ponernos a su nivel y hablar con voz pausada y serena. Es importante bajar nuestro tono de activación. Les ayudaremos a relajarse, si son muy pequeños podemos jugar, cantar, etc. también ayuda darles un baño. No mentirles y decirles que si se calma todo irá mejor, porque no será así. Podemos recordarles una situación similar, o en la que sintió miedo y/o tristeza que habían superado con éxito.
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Informar:
hay que decirles las cosas con tono pausado y tranquilo. No informar si no está calmado y utilizaremos frases cortas, simples y fáciles de entender. Explicarle todo lo que ha sucedido y darles la oportunidad de hacer preguntas, respondérselas con sinceridad. Debemos averiguar qué otras explicaciones ha oído. A los preadolescentes quizás haya que hablarles del tema una y otra vez para que escuchen porque a la primera no lo hacen, así que sin agobiarles y con paciencia debemos informarles sobre lo sucedido.
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Normalizar:
enseñarles que es normal llorar, podemos llorar delante de ellos para que vean que es normal. Hacerles entender que es bueno que expresen cómo se sienten. Poner palabras a las emociones que tienen y explicar que esas emociones cambiarán por otras. No criticarlos, ni enfadarnos. Para los preadolescentes, estar de mal humor puede ser una formar de expresar que están tristes.
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Consolar:
hacer actividades positivas, darles el control de determinadas tareas, volver a la rutina, darles a entender que todo sigue. A los más pequeños les debemos permitir que dibujen o jueguen lo que ha pasado, es normal que reproduzcan lo ocurrido, quizás es lo que necesitan para integrarlo. Darles la oportunidad de hacer un ritual de despedida y hacerles la promesa de que vamos a estar allí para que se sientan lo mejor posible, pero no prometeremos algo que no vayamos a cumplir.
Que no hacer:
No debemos apartarlos del entorno de lo sucedido y mucho menos contra su voluntad, no separarlos de sus padres o cuidadores. Puede ser más duro y traumático si se les separa de sus adultos de referencia contra su voluntad.
Y si el niño o niña quiere participar en el ritual de despedida, no evitarlo, recordemos que también es una persona con sentimientos y emociones y si necesita despedirse puede hacerlo, le ayudará a integrar lo que ha pasado, hasta cierta edad, los niños creen que la persona que ha fallecido está dormida y en algún momento despertará.
No hacerles promesas que no se puedan cumplir, mentirles no es la solución porque se darán cuenta por sí mismo.
No ocultarles información, no dejarles con dudas.
Durante los días posteriores, tendrán miedo a perder otro miembro de la familia, no querrán quedarse solos, cambiarán en algunas conductas, pero hasta 4 semanas está dentro de la normalidad. Pasado este tiempo, lo mejor será acudir a un psicólogo o psicóloga.