Al igual que la alegría, la tristeza y la sorpresa, el miedo también es una emoción natural del ser humano. El miedo nos prepara ante un peligro.

Durante la infancia, los niños experimentan diferentes miedos que varían según la edad y en la mayoría de los casos son pasajeros.

Veamos, a continuación, una aproximación de los miedos según la edad:

Primera  infancia: A partir de los seis meses de vida, el bebé empieza a manifestar los primeros miedos, concretamente,  a las personas desconocidas y a alejarse de sus padres. Estos tipos de miedos tienen alto valor adaptativo, impedirán al niño alejarse de sus familiares mientras juegan solos o a irse con desconocidos. Otros miedos frecuentes son los ruidos fuertes, los animales, la oscuridad y la sensación de poder caerse.

Edad preescolar: (de 2 a 6 años) en esta etapa puede disminuir el miedo a los extraños, pero se mantiene el temor a los ruidos fuertes, la oscuridad, lo animales y la separación. Además, aparece el temor  al daño físico, las personas disfrazadas y los estímulos imaginarios como monstruos, fantasmas, bruja, etc.

Edad escolar: (de 6 a 8 años)  empieza a disminuir el miedo a los ruidos fuertes y a las personas disfrazadas. Se mantiene el miedo a la separación, los animales, la oscuridad y al daño físico. Aparece el temor  a las tormentas, la soledad y a la escuela, además de a «seres malvados» como secuestradores y ladrones. Se intensifica el miedo a los seres imaginarios debido a la capacidad imaginativa del niño. Aparece el miedo a la muerte y los médicos (heridas, enfermedades, inyecciones) y el temor  a hacer el ridículo, a las críticas y a la reacción de sus iguales por la ausencia de  habilidades sociales en algunos casos.

Preadolescencia: (de 9 a 12) disminuye el miedo a la oscuridad y a los seres imaginarios pero no a la tormenta, lo animales ni al daño físico. En esta etapa, los niños son especialmente sensibles al colegio debido a los suspensos, a la aceptación social, por el aspecto físico o dificultad para integrarse en el grupo, y a la soledad. Por otra parte, se mantiene el miedo a las enfermedades y a la muerte.

Adolescencia: se mantiene o incluso aumenta el miedo a los suspensos, a hacer el ridículo, a ser observados, a la muerte…

 Estos miedos suelen ser pasajeros y forman parte del desarrollo normal de los niños. Sin embargo, algunos son de alta intensidad y persisten hasta llegar a interferir en su vida diaria. Llegados a este punto, hablaríamos de fobia y requeriría una atención especial.

A pesar de que el miedo tiene gran carga genética, también es aprendido. Los niños aprenden a temer lo mismo que sus familiares.

Acerca de Rosa Mª Rocha Rodríguez

Licenciada en Psicología (Universidad de Málaga)

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